9.9.08

Próspero y Calibán



La figura del tirano ilustrado hay que entenderla en el sentido de la sabiduría dirigida a la práctica. Esa es la dirección que tiene la modernidad.

La sociedad moderna se caracteriza no sólo por el saber, por la búsqueda de conocimiento, por eso que se ha dado en llamar “desencantamiento del mundo” digamos del mito, de la magia, de la idealización de la naturaleza.


Desencantamiento como conocimiento, como indagación en la naturaleza por medio de la ciencia.

No sólo es desencantamiento del mundo, no sólo es alumbrar esa parte sombría de la naturaleza a la cual sólo conocemos por medio del mito. Es al mismo tiempo afán de transformación de la naturaleza.

No sólo es la característica central de la modernidad, sino de la cultura de Occidente desde la Grecia clásica, los presocráticos.

Si leyéramos a Homero, aún con el encantamiento del mundo presente en la Ilíada o la Odisea, vamos a encontrar atisbos de dirección hacia la práctica: producción, economía.

Y por eso está tan ligado el tema del hombre ilustrado al hombre de conocimiento teórico que es eficaz en la operación.

Esta sería una de las críticas que se le harían al estudiante universitario de la Facultad de Filosofía y Letras, pues es un estudiante orientado fundamentalmente al mundo de los libros, al plano de las ideas, a la discusión teórica, y tiene por lo tanto un saber libresco.

Y esa sería su gran “falla” en el mundo occidental y sobre todo hoy que está exacerbadamente dinamizado por la acción práctica que es lo que se privilegia actualmente.

La diferencia hoy día está en el saber y el hacer. ¿Qué haces con lo que sabes? Por eso Adorno y Horkheimer hablan del pensamiento en continuo progreso. No sólo aprender cosas nuevas sino ese conocimiento transformarlo en cosas nuevas.

Y no es raro entonces que el personaje central de
Los libros de Próspero lleva implícito en su nombre la idea de Progreso, y por tanto la idea de Futuro.

La gran revolución filosófica que implica la modernidad es primero la del saber como razón operativa, la del saber como conocimiento para la práctica, y por eso todo se convierte en un objeto de cálculo; después, la revolución del individuo, y la otra gran revolución es la revuelta del futuro; todo con dirección a cómo voy a estar mañana, y para estar cómo quiero estar tengo que actuar.

Esa es una diferencia radical entre el pensamiento moderno y el utópico. Nosotros como latinoamericanos no hemos aprendido esa parte, de que hay que hacer algo para que mañana sea mejor. Eso no nos funciona, nosotros simplemente tenemos en que mañana probablemente sea mejor. No trabajamos a futuro con planes, con programas.

El tema de Calibán es un tema central en la cultura de nuestra América. Es la gran discusión. Nada mejor que el mito de Calibán, que está en Shakespeare, Renán y en muchos otros autores. Es un tema que está en la historia de las ideas de Iberoamérica. Alrededor de él se ha problematizado filosóficamente, políticamente, sociológica, ética y étnicamente el tema de quiénes somos. Y a partir de ahí, de esa relación entre Próspero y Calibán, no sólo la relación Civilización y barbarie, sino la relación entre la condición del ser iberoamericano y la utopía de Iberoamérica.

Porque la utopía va a estar muy determinada por querer ser como Próspero, por querer asumir la civilización que representa el conquistador, Próspero pero en el sentido de la Europa moderna, más que España.

La película se llama Los libros de Próspero, y ¿qué hay detrás de ello?
Hay un ansia de absoluto.

Esta es otra de las características centrales de la modernidad, que va a formar parte de la utopía de los iberoamericanos, que nos va a costar mucho llegar a eso.

Uno tiene una experiencia X y conoce esto, pero también va teniendo varias experiencias de diverso tipo. Y lo que tiene al final es el conocimiento de diversas partes, un conocimiento fraccionado, sabemos cosas, sabemos un poco de Cortázar, otro poco de Onetti, otro poco de Kant, otro poco de allá y otro tanto de allá. El tema es que se nos pregunte ¿qué concepto tenemos de la vida?

Eso está en todas las experiencias. Pero como está fraccionado, yo todavía no he hecho la integración de todo lo que he amado, vivido, leído, soñado, sufrido, trabajado, estudiado, para tener una visión propia, un pensamiento propio: “este es mi pensamiento y este pensamiento lo puedo abrir hacia la política, la sociedad, la economía y lo filosófico y esta es mi gran visión del mundo”.

A esto se llega después de un trabajo intelectual de fondo. Ese es el trabajo que hace el humanista, el llamado intelectual. Y este es el objetivo. No saber un montón de cosas separadas. No se trata de “saber muchas cosas”, sino de “integrar todo en tu propia personalidad”.

Eso se hace acudiendo a todas las referencias que vayamos encontrando en cada cosa que leamos, escuchemos, descubramos, conozcamos, para descubrir el por qué de las relaciones.
Esa es la vocación de absoluto. La construcción de la Totalidad. Es decir donde todas las partes no funcionan separadas sino en sus relaciones. Y esto es un sistema.

La totalidad es lo que se conoce como el concepto, una verdad o una categoría.

Entonces, no es que Próspero quiera leer muchos libros y ser un hombre culto. Sino que con todo lo que ha leído ha construido un pensamiento. Occidente es todo un pensamiento, todo un sistema.

Y eso de alguna manera convierte al hombre en una especie de Dios. Su herramienta es la razón.

La síntesis de la síntesis es el absoluto, y este es el resultado de una abstracción que exige la capacidad de discernimiento, un tipo de cabeza muy particular.

Pero no sólo para acumular conocimiento sino para que todo se integre a la vida y a la personalidad propia. De modo que cuando uno pase, se note porque "pesa".

Retomando el tema de Próspero, el dota de lenguaje a Calibán, ¿qué significa eso, qué le da con el lenguaje?

Con el lenguaje le da una organización del pensamiento, una historia, una visión de mundo, una cárcel y posibilidades.

Si le da una organización del pensamiento no es porque crea que Calibán no piensa, sino que no piensa de acuerdo con el sistema occidental, la visión del pensamiento eficaz, orientado a la práctica y con el fin de obtener resultados.

Por ejemplo un anuncio de hace algunos años del vino Calafia que decía “es que salen buenos”. Y no se trata de eso sino de que “sean buenos”. A Próspero no es que le salga, sino que él sabe; son dos cosas distintas.

Al darle una historia y una visión de mundo lo hace parte de una cultura, lo conquista y lo transforma.

Por ejemplo, yo a un niño huérfano lo hago parte de mi familia. Alguien podría decir, “bueno, ¿y qué culpa tiene el niño?” Sí, puede que tenga razón; lo salvo y lo condeno al hacerlo parte de mi historia, sin embargo también le concedo, como parte de mi familia en la cultura moderna, posibilidades.

Nunca somos del todo libres. El lenguaje es así: da posibilidades pero siempre se topa con límites.

Además de todo lo anterior, también le da una identidad. Por eso podemos decir que los países iberoamericanos formamos parte de la cultura occidental con aspiración moderna.

Es importante mencionar lo ambivalente que puede llegar a ser un símbolo como Calibán.

Nosotros somos hijos, como iberoamericanos, de Portugal y España por un proceso de Conquista y Colonia brutal. Es violencia de una cultura sobre otra cultura.

Tenemos que desmitificar el término cultura, que de repente aparece como una cuestión muy noble, cuando es un campo de batalla.

Entonces en nombre de la cultura se disputa el control del mundo. Y eso lo tenemos a lo largo de toda la historia humana. Y nosotros a raíz de ese choque violento entre culturas tenemos una identidad.

Y pese a ser resultado de ese choque, hoy día es algo que defendemos. No queremos otro choque porque “afecta nuestra identidad”. Y entonces un radical defendería reticentemente su identidad. Otro más libre diría “afecta nuestra identidad ¿y qué? Si el choque cultural se sigue dando y se va a seguir dando”.

Sobre todo actualmente con el fenómeno de la globalización y la liberalización del mercado, que las culturas se tocan, a través del intercambio de productos que también son lenguaje.

La cultura es un choque tremendo, es un terreno de intolerancia tremenda. Sin embargo está hecha de esa mezcla. Entonces la identidad no es un proceso estático; vamos cambiando.

Existe la alteridad, no la identidad. Sin embargo hemos creado toda una utopía alrededor de un problema inexistente, de algo que no es.

La identidad es una cárcel. No te deja ser otra cosa. Y ahí está Romeo y Julieta: «No te puedes enamorar de esa otra familia, porque nosotros somos una cosa y ellos otra».

Probablemente nuestras identidades y los símbolos que las representan en un futuro no muy lejano van a cambiar.

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